miércoles, 23 de abril de 2008

Homilía de Benedicto XVI en las exequias por el cardenal López Trujillo


¡Queridos hermanos y hermanas!
«Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, se queda solo; si en cambio muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). El evangelista Juan preanuncia así la glorificación de Cristo a través del misterio de su muerte en la cruz. En este tiempo de Pascua, precisamente a la luz del prodigio de la Resurrección, estas palabras asumen una elocuencia aún más profunda e incisiva. Si bien es verdad que en ellas se advierte una cierta tristeza por la próxima separación de sus discípulos, también es verdad que Jesús indica el secreto para vencer el poder de la muerte. La muerte no tiene la última palabra, no es el final de todo, sino que, redimida por el sacrificio de la Cruz, puede ser ya el paso a la alegría de la vida sin fin. Dice Jesús: «Quien ama su vida la pierde y quien odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna» (Jn 12,25).

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